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La presencia de la pintura cubana en la obra literaria de José Lezama Lima.

La pintura está presente en la obra narrativa de José Lezama Lima, particularmente a partir de la disposición espacial de su novela Paradiso (1966) y en su ensayística, especialmente en La expresión americana. El autor ha realizado valiosos aportes al pensamiento sobre la identidad latinoamericana, hallando en las artes visuales una serie de temas, procedimientos y recursos mediante los cuales proyectar sus propias ideas e imágenes sobre América Latina.

En su obra ensayística, Lezama se ha interesado, por ejemplo, por la pintura de Cézanne, Matisse, Picasso o Henri Rousseau; sus preferencias van desde los vasos órficos a la pintura románica o renacentista, desde la obra del Aleijadinho a la pintura mexicana. Pero la mayor parte de sus comentarios y críticas se las dedicará al arte pictórico cubano, al arte de su tiempo, porque evidentemente advierte en él un rol transformador fundamental, tal como expuso claramente en Nuestros pintores o la búsqueda del contrapunto (1950).

De este modo, el poeta considera que la pintura cubana de su época, a diferencia de la del siglo anterior, había logrado elaborar un «paisaje de cultura»: «Así nuestra pintura va haciendo de su paisaje un paisaje de cultura, es decir, mundo exterior con el cual ya el hombre ha dialogado, haciéndolo suyo por definición y subrayado sensiblemente». Lezama consideraba, pues, que desde el ámbito artístico se debía emprender la persecución de una expresión propia, un estilo donde –según sus palabras– lo cubano pudiera «reconocerse como existencia histórica». Consideramos que el poeta halló en la pintura una serie de procedimientos y recursos a través de los cuales proyectar sus propias ideas e imágenes sobre La Habana de su época. En ellas logramos reconocer ciertos paralelos y cercanías con las indagaciones de algunos artistas plásticos con los cuales él dialoga, entre ellos: Alfredo Lozano, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, Raúl Milián y René Portocarrero.