José de la Luz y Caballero, considerado maestro por excelencia y formador de conciencias que engrandeció el sentido de la nacionalidad cubana, nació en La Habana, el 11 de julio de 1800. Ya a los doce años estudiaba Latín y Filosofía y a los 17 se titula de bachiller en Filosofía en la Universidad de San Gerónimo de La Habana. Tiempo después, las inclinaciones personales y los deseos de la madre y el tío hicieron que iniciara carrera en el sacerdocio. Ingresa entonces en el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Allí conoció a Félix Varela, del cual recibió clases. Es en estos años, bajo la influencia de Varela y a través de sus experiencias en el Seminario, que estudia con profundidad el espíritu científico renovador del siglo XVIII europeo, leyendo a filósofos como Locke, Condillac, Rousseau, Newton y Descartes. Llega a dominar varios idiomas, realiza traducciones y viaja a Egipto y Siria. Sus conocimientos sobre teología y sobre la vida religiosa propiciaron que se pronunciara repetidamente contra el clero español residente en Cuba, convicciones que lo fueron alejando del claustro religioso.
Escribió artículos en diversas publicaciones periódicas de su época como el Faro Industrial de La Habana y la Revista de La Habana. Redactó libros de texto y compuso discursos. Su obra más sorprendente fue Aforismos, notas breves que fue escribiendo durante su vida, datos y observaciones relacionados con todo lo que le llamaba la atención: pensamientos religiosos, patrióticos, científicos y humanos.
Para José Martí, de la Luz y Caballero «era el padre, el silencioso fundador», era aquel que «consagró su vida entera… a crear hombres rebeldes y cordiales que sacaran a tiempo la patria interrumpida de la nación que la ahoga y la corrompe (…)». Para Antonio Maceo, «el educador del privilegio». Para Luz, la enseñanza debía proporcionar convicciones morales, patrióticas e ideológicas junto con la instrucción; amor y respeto a la belleza en sus diversas manifestaciones, hábitos higiénicos. Su concepto de la educación se basaba en la participación activa de los alumnos y concedía gran importancia a la atención a las necesidades y motivación de los niños.
Su muerte, casi al cumplir los 62 años, produjo consternación general en el país, y hubo manifestaciones de dolor por la desgracia. En toda la isla se cerraron las escuelas durante tres días en señal de luto.