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José María Heredia

Escribió una oda al Niágara y un himno al desterrado. Fue un prominente humanista, abogado, catedrático, historiador, traductor y periodista. Nacido en Cuba, es considerado como el iniciador del romanticismo en América. Vivió muchos años en el exilio, en Estados Unidos y México, fuera de su patria y reflejaba en sus poemas una mezcla de la sensualidad tropical y melancolía soñadora. Su nombre es José María Heredia.
De padres dominicanos, Heredia nació en Santiago de Cuba el 31 de diciembre de 1803. Su primer maestro, y el más importante, fue su padre don José Francisco de Heredia. De su madre, doña Mercedes de Heredia y Campuzano heredó su sensibilidad. También su tío don Francisco Javier Caro y el canónigo don Tomás Correa incidieron en su educación. A los tres años de edad, el joven Heredia leía con facilidad y a los ocho realizaba traducciones del latín y el francés con una precocidad asombrosa. Escribió su primera obra, la fábula «El filósofo y el búho», hacia los diez años…
«… —Amigo, / ¿por qué motivo destrozarte quiere / esa bárbara tropa de enemigos. / —Nada les hice, el ave les responde; / el ver claro de noche es mi delito»…

En 1810, se trasladó con su madre a Santo Domingo. Dos años después viajaron a Caracas a reunirse con su padre quien había sido nombrado para un cargo político. Allí estudió, en la Universidad, Latinidad y Filosofía. En 1818, de regreso en Cuba, comenzó sus estudios de Leyes en la Universidad de La Habana. Con solo quince años obtuvo el grado de Bachiller en Leyes. Luego de viajar a México regresó a Cuba y se estableció como abogado en Matanzas, donde comenzó a colaborar en distintos periódicos entre ellos «El revisor» y dirigió el semanario «La biblioteca de las damas». Se vio envuelto entonces en una conspiración y marchó precipitadamente a los Estados Unidos. Dada su posición política vivió muchos años en el exilio.

Hombre de gran sensibilidad -como le evocaran José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Plácido-, en sus poemas reflejaba una mezcla de sensualidad tropical y melancolía soñadora, con gran enfoque al espíritu individual en la creación. De formación neoclasicista, inunda sus poemas de la fuerza y belleza de la naturaleza -evocada con fina y delicada expresión- dando un gran sentido espiritual al paisaje físico. Al vivir Heredia la mayor parte de su vida fuera de su amada isla, la constante añoranza de la patria le hizo idealizar el paisaje cubano que, con acento lírico, le motivó para dar expresión a angustiosas emociones… «Huracán, huracán, venir te siento, / y en tu soplo abrasado / respiro entusiasmado / del señor de los aires el aliento»…

Uno de sus poemas, «En el Teocalli de Cholula», escrito en 1820, fue considerado por la crítica como uno de los grandes poemas escritos en lengua española. Cuatro años después, escribe su famosa epístola «A Emilia» y su poema más conocido dedicado a las cataratas del Niágara, en el que las describe de modo realista evocando a la patria lejana, sus hermosas palmas y su propia condición de desterrado. La primera edición de sus versos apareció en 1825 en New York. Ese mismo año, emprende su segundo viaje a México y en la travesía escribe el «Himno del desterrado», otra de sus más conocidas composiciones. En 1832 publica en Toluca una segunda edición de sus versos, revisada y ampliada. Fue redactor de las revistas «El iris» y «La miscelánea» y principal redactor de «El conservador». Fue director del Instituto Literario del Estado de México. Actualmente allí se entrega una condecoración con su nombre a residentes en el extranjero que han destacado por su labor en la entidad. También fue legislador, diputado en el Congreso del Estado de México en 1833 y magistrado del Tribunal Supremo de Justicia.

Además de sus «Poesías líricas» editadas en París en 1893, escribió «Lecciones de historia universal». Igualmente conocida fue su correspondencia con Domingo del Monte.

En 1836, obtuvo permiso para regresar a Cuba (en la actualidad en la isla se convoca el Premio Nacional de poesía con su nombre). Después de cuatro meses de estancia en Cuba regresa a México donde muere de tuberculosis con tan solo treinta y cinco años. Había marchado el poeta, el romántico, aquel que dejaba ver en sus letras la búsqueda y el anhelo de la libertad, tanto política como literaria, el que contribuyó a definir la nacionalidad cubana.