Por allá por los años 1940, cuando apareció Carilda Oliver Labra (1922) con su famoso soneto, «Me desordeno, amor, me desordeno», el padre de su iglesia la castigó y la puso a hacer penitencia, porque era verdaderamente pecaminoso a la vista de todos.
Sus versos eran demasiados intensos para la sociedad de aquella época, y sobre todo, porque Carilda se atrevió a escribir sin esconder sus pasiones detrás de un ropaje mitológico.
Estos versos ardientes estaban escritos por una talentosa y hermosa mujer, capaz de seducir con su belleza al mismísimo Ernest Hemingway, quien la conoció cuando visitó Matanzas. Fue ella la elegida para entregarle las llaves de aquella ciudad.