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Pretextos para desviar la corriente

A finales de junio de 2017 la Casa Víctor Hugo fue sede del Segundo Congreso Internacional Verniano, dedicado en esta ocasión a los llamados Viajes Extraordinarios, zona que Julio Verne cultivó con deleite durante toda su vida. Tras la primera edición, ocurrida en Barcelona en 2013, en esta ocasión se dieron cita en La Habana un conjunto de los mejores especialistas en la obra del llamado padre de la ciencia ficción.

A pesar de que Julio Verne no escribió con exclusividad dentro de lo que modernamente consideramos ciencia ficción, es indudable que, junto a H.G. Wells y Mary Shelley, le dio forma y contenido, prefiguró muchos de los temas y preocupaciones e incluso condicionó la existencia de un público lector interesado en estas historias de “imaginación razonada”, como más tarde catalogarían Borges y Bioy Casares a esta clase de relatos que buscaban ofrecer postulados fantásticos, pero no sobrenaturales. Terreno fértil encontró este género en nuestro país para echar raíces y calar en el gusto no solo de los lectores sino también de los escritores que lo cultivarían con fruición y a despecho de cualquier actitud indulgente o coercitiva del ambiente literario –que es cosa bien diferente a la literatura– que siempre miró a la ciencia ficción con desconfianza, como una sarta de juliovernadas –nunca mejor dicho–, cosa de locos o enajenados.

De manera que el auditorio de este Congreso Verniano no solo estuvo compuesto por los imprescindibles escritores de los géneros de la fantasía y la ciencia ficción en Cuba (Yoss, Raúl Aguiar, Bruno Henríquez, entre otros), sino por un público que se ha hecho asiduo a los Eventos Teóricos Espacio Abierto o a los encuentros del Proyecto Dialfa, que estudian y difunden temas análogos. Se trataba de una concurrencia (felizmente) joven, que disfruta no solo leer ciencia ficción y fantasía, sino que sus inquietudes por los intríngulis de estos géneros los han llevado a participar de debates, asistir a o incluso preparar conferencias, y hasta incursionar ellos mismos en la ficción. A estas criaturas, se les puede encontrar a la luz del día, en sus hábitats naturales: eventos dedicados al cómic, allí donde se organice un cosplay o anegados en un temerario juego de rol.

Me resulta realmente difícil imaginar que se hubiera dado en Cuba una mejor coyuntura que la descrita para la presentación de la reedición de La Corriente del Golfo, la primera novela de ciencia ficción publicada en nuestro país. Esta fue escrita en 1920, por el Ingeniero Eléctrico cienfueguero Juan Manuel Planas, llamado en alguna ocasión el Julio Verne cubano; quien, además de escritor, fue un científico de calibre y un verdadero difusor de la ciencia, la tecnología y los estudios sobre el mar y sus posibilidades.

La trama se ubica temporalmente en la guerra hispano-cubana-norteamericana. Para arruinar económicamente a la metrópoli española y detener la guerra en un plazo menor del previsto, los mambises, con el apoyo de una empresa norteamericana, resuelven desviar el curso de la Corriente del Golfo. La circulación de esta corriente oceánica le asegura a Europa un clima cálido para la latitud sobre la que incide; evita la aridez en la Península Ibérica y las condiciones de frío extremo en países como Francia e Inglaterra. Una alteración climática de esta envergadura haría tambalear las economías de los países europeos. España se convertiría prácticamente en un desierto, su infraestructura colapsaría y, sin recursos o personal para seguir adelante con una guerra, acabaría por desistir en su empeño de dominar a su última colonia en el Nuevo Mundo. Este proyecto sería logrado mediante la construcción de un dique de contención de esta corriente que la haría desviarse y, de paso, servir de puente ferroviario entre la Península de la Florida y el archipiélago cubano.

En los bordes de lo que se conoce como ucronía –subgénero que especula alternativas en que los hechos de la Historia se han desarrollado de una manera diferente a cómo los conocemos– la obra de Planas, a pesar de los noventa y siete años que han transcurrido desde su primera edición, se presenta ante nuestros ojos con una increíble frescura y una incuestionable pertinencia histórica. Desafortunadamente, la sorpresa con la que muchos acogen la noticia de esta novela se debe al olvido en que cayó la figura y la obra de Planas luego de su muerte. De hecho, si echáramos un fugaz vistazo a las historiografías de la literatura cubana, veríamos que Planas es apenas mencionado como una rareza dentro del flujo general de nuestras letras, cuando no totalmente pasado por alto. Se ha repetido tantas veces que el género de la ciencia ficción no se comenzó a escribir en Cuba hasta luego de 1959 que, como en la novela de Huxley, está a punto de convertirse en una verdad. Se pudiera pensar que este silencio alrededor de La Corriente del Golfo se debe a que, por falta de calidad literaria, los prolegómenos de nuestra ciencia ficción constituyen un capítulo que hemos preferido olvidar. Pero una vez que se ha comenzado la lectura de la novela este argumento cae por su propio peso. Las causas del olvido habría que buscarlas entonces en cuestiones extraliterarias y no haríamos mal en desconfiar del antológico menosprecio de la Academia o la crítica seria hacia la ciencia ficción.

Irónicamente, la primera novela cubana de ciencia ficción no se puede tildar de escapista o enajenada, rasgos que injustamente se le han solido reprochar al género, ya sea en Cuba como en el extranjero, pues vemos que esta se halla firmemente adherida a una tradición histórica y unos ideales patrióticos independentistas. Esta adhesión es la que condiciona uno de los aspectos que encuentro más interesantes en la novela, que es, precisamente, el conflicto ético que trae consigo la solución encontrada para poner fin a la guerra. Conocemos que la ciencia ficción se ha caracterizado por ser un género que se comporta como una construcción simbólica de las circunstancias contemporáneas al autor y que, por lo tanto, le preocupan. Planas roza en su novela un punto sensible, todo un tópico ya de la ciencia ficción: el abuso de la tecnología que pudiera desencadenar un desastre de dimensiones inmanejables. Sin embargo, lo que pudiera haber sido motivo de mayores dilucidaciones se zanja de una manera bastante rápida: si no lo hacían los cubanos, alguien más habría de hacerlo, sin preguntarse por la eticidad del asunto y para el beneficio no precisamente de los más humildes.

Así, a Planas pareció seducirle más la idea de revertir los roles de dominador-dominado, centro-periferia, que entrañaba la hipótesis de su novela. Una especie de justicia histórica parece gravitar sobre estos acontecimientos y exonerarlos de la culpabilidad de perjudicar no solo la economía y los gobiernos de los poderosos, sino también a sus pueblos inocentes. Esto, visto desde nuestra contemporaneidad, nos demuestra que la reedición de una novela como La Corriente del Golfo no debe pensarse, de ninguna manera, como un acto anacrónico y romántico de parte de sus editores o como un vano ejercicio de la nostalgia. Su vigencia es indudable al ser leída hoy, en 2017; sobre todo en Cuba, gracias al tipo de reflexiones que pone sobre el tapiz. Justo cuando nuestros líderes mundiales –los que hemos escogido o los que nos han tocado– ni siquiera se molestan en ocultar que les importa un bledo el medioambiente o el cambio climático, la voz de Planas resuena desde las páginas de su libro como un déjà vu pesadillezco de lo que pudo haber sido. Justo cuando en lugar de apaciguar viejos odios los avivamos vestidos con trajes nuevos, La Corriente del Golfo deja escapar un leve susurro de lo que aún podría ser.

Sin embargo, a pesar de la impronta que Juan Manuel Planas debiera haber dejado sobre la ciencia ficción que se escribiría en Cuba de él hacia adelante –pensemos que este autor, por fuerza, tuvo que inaugurar un conjunto de referencias y una sensibilidad inéditos para nuestra literatura– su novela fue olvidada. A tal punto que en nuestro país se han sucedido ya varias generaciones de escritores de ciencia ficción para los que esta obra pasó desapercibida y esta ausencia se ha reflejado, para bien o para mal, en la manera en que los cubanos escribimos hoy ciencia ficción. Sería un ejercicio interesante imaginar una ucronía en que La Corriente del Golfo hubiera sido un best seller, como lo fueron Las honradas Las impuras de Miguel de Carrión, novelas contemporáneas con la de Planas, y ese éxito hubiera perdurado en el tiempo. Sin lugar a dudas, la historia de la literatura cubana sería diferente.

Se pudiera pensar que esta gran deuda iba a ser saldada con esta reedición de la novela. Pero, sucede que Ediciones Obrador, quien se encarga de traérnosla de vuelta, es una casa editorial canadiense, por más que su director, Ariel Pérez Rodríguez –que es además el presidente de la Sociedad Hispánica Julio Verne– sea cubano. Esto acarrea que por cuestiones burocráticas-administrativas el libro no se pueda comercializar en Cuba. Así que, a pesar de que la editorial ha dispuesto obsequiar algunos ejemplares a bibliotecas públicas y otros centros afines, la novela no llegará de manera masiva al lector cubano de a pie. Tendremos, pues, que seguir accediendo oblicuamente a ella; como oblicua, en definitiva, ha sido nuestra participación en el mercado editorial internacional, en las listas y vaticinios de los críticos literarios y los agoreros, en el mundillo de los premios legitimadores y portentosos –que también son cosa bien diferente a la literatura.

Tomado de Cachivache Media, julio del 2017